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IntroducciónEste relato, como otros tantos, originalmente fue creado como guión para realizar un cortometraje, pequeño film de 10 a 15 minutos. Debido a la dificultad para su rodaje, por falta de medios, al final no se realizó. Después de estar muchos años guardado, su autor, por fin, lo ha adaptado a relato corto, para publicarlo y que la historia vea la luz. Es por ello que cada capítulo está dividido en escenas, como originalmente fue creado, aunque con ciertas variaciones. Al igual que en todos los cortometrajes o relatos cortos, la velocidad, sobre todo al final, debe ser rápida para impresionar al espectador o lector. Deben causar una sensación que dure más allá del propio final de la historia. Si la historia ha sido buena, durante varios minutos u horas, seguirá rondando la idea por la cabeza de aquel que la descubra. Por eso, deben ser cortos pero contundentes, breves y concisos. Lo interesante de este tipo de historias es que, siendo cortas, siendo ficción, al final la duda sobre la veracidad del relato, siempre se planteará. Tal vez sucediera, o tal vez no. El mensaje es lo que mantiene vivo a este tipo de historias. Este relato en concreto, cuenta la historia de dos amigos que realizan Un Viaje Insólito. Ambos, sentados en un parque, intentarán realizar lo que se suele llamar Viaje Astral, la separación del cuerpo y el alma. Algo insólito, paranormal, imposible o tal vez real. Juzguen ustedes mismos, a través de este relato, si puede ser real o ficción. Tal vez, sin ser real, a más de uno le haya sucedido algo parecido. ConcentraciónTodo empezó en aquella época, cuando íbamos al instituto. En una de las asignaturas, el profesor nos mandó realizar uno de esos trabajos para subir nota. Independientemente del resultado, uno de nuestros compañeros hizo un trabajo sobre los Viajes Astrales. No recuerdo si el trabajo que presentó era bueno o malo, ni tampoco quien lo realizó. El caso es que a mi amigo Carlos le encantó. No es que le gustara el trabajo, obviamente, sino la idea, quería demostrar si aquello era cierto o no. Recuerdo que durante el resto del día nos hablaba del tema, incluso casi toda la semana, en cualquier momento. No paraba de analizarlo, en el recreo, en clase de gimnasia, cuando quedábamos por la tarde… Hasta el compañero que lo escribió le llegó a decir que lo dejara en paz, que sólo lo había escrito para subir nota. Así que después de aguantarle durante toda esa semana, no yo, sino el resto de compañeros, dejó el tema por zanjado. Aunque no siguió hablando de aquello, en su mente seguía la idea de averiguar si podía ser verdad o ficción. ¿Y si fuese verdad? Era lo que más le perturbaba la mente, comprobar si realmente eso se podía hacer o no. Por tanto durante las siguientes semanas, a la hora del recreo, fue varias veces a la biblioteca del instituto para coger algunos libros de préstamo y llevárselos a su casa. Los leía, hacía algún que otro resumen, miraba la bibliografía y los dejaba, cogiendo algunos más. Aunque algo cansado de leer, como casi muchos, al final, la información la siguió buscando por internet. No tenía claro qué buscar, ya que casi todo eran especulaciones de gente que lo habían realizado pero que no tenían ninguna credibilidad. También ojeó muchos foros, pero eso era perder el tiempo. Nada mejor que la dichosa pantalla digital para culturizarse de un tema y ser especialista en todo y en nada al mismo tiempo. De web en web se pasaba las horas, llegando siempre a las mismas conclusiones, que no servían de nada. Muchos relatos, muchas idioteces y mucha pérdida de tiempo. Pero una noche, buscando en una de tantas web, leyó algo sobre un autor que le sonaba. Era el escritor de uno de aquellos libros que se había leído de la biblioteca. Así que, mezclando la información de los resúmenes extraídos de los libros con lo que hallaba por internet, encontró dicha página, que para él era muy interesante. La leyó de principio a fin, y cortando y pegando en Word, sacó su propia tesis para definir y hacer lo que más adelante se atrevería a realizar. Una vez cansado de recopilar tanta información, decidió que su búsqueda había concluido. Ahora era el momento de actuar, así que, siguiendo los pasos de su síntesis, encerrado en su habitación, comenzaba a hacer los ejercicios de Concentración. Eso le llevaba varios minutos. Luego, llegaba el momento de la Separación, que consistía en separar cuerpo y alma. Posteriormente Exploraba durante breves minutos su habitación, e incluso se veía a sí mismo tumbado en la cama y luego Regresaba. Ya había realizado varias pruebas en su dormitorio a solas. No parecía nada difícil y lo tenía muy bien controlado. Aunque le surgía una duda, ya que no estaba tan seguro de lo que hacía, porque lo que sentía, le era familiar. Le parecía sentir lo mismo que describían en los foros esos absurdos que encontraba por internet. Ya que al experimentarlo en su propia habitación, la sensación le parecía más un pensamiento que un desdoblamiento. Por tanto, necesitaba hacer una prueba de verdad, que no fuera en el interior, que no fuera en su dormitorio. Quería hacerlo en el exterior, en la calle y lógicamente acompañado. Antes de hacerlo, recopiló toda la información. Todo lo extraído en la web, los resúmenes que había realizado, sus propias experiencias y sensaciones con sus correspondientes conclusiones y las biografías extraídas. Hizo una gran exposición, describiendo y explicando cada una de las etapas de las que se componen estos viajes: Concentración, Separación, Exploración y Regresión. Le gustó tanto el resultado, que lo imprimió, lo encuadernó y le puso una merecida portada, incluyendo en su interior ilustraciones con varias fotos y montajes en Photoshop. La verdad, le quedó muy bien. Si lo hubiese entregado en clase, seguro que a él si le suben la nota. SeparaciónLo tenía todo calculado: el lugar, la hora y el acompañante. Así que aquel día, Carlos me llamó varias veces por la mañana muy entusiasmado, para quedar por la tarde a las 17:00 en un banco muy concreto de un parque cerca de su casa. Me insistió tanto, que no pude negarme, es más, estaba intrigado por lo que me iba a contar. Aquel viernes por la tarde, me acerqué al lugar de la cita, un poco antes de la hora indicada. Era un día soleado, una temperatura agradable para ser invierno aunque algo de fresquito. No había mucha gente en los alrededores. Algunas personas paseando y un par de runners que desaparecían con las misma parsimonia que aparecían. Fui al banco indicado, el quinto de la derecha, entrando por la entrada norte. Lo recuerdo perfectamente. Estaban casi todos los bancos vacíos, salvo uno que estaba ocupado por dos enamorados. Me senté en el banco indicado y comprobé que estaba bastante frío. Era un simple banco de hormigón prefabricado, de una sola pieza y sin respaldar. Estaba lleno de garabatos y pintadas de todos aquellos que se sentaron en él. Algunas tan viejas, que no se podían ni leer. Cinco minutos después de sentarme llegó Carlos, que también se había adelantado y al verme de lejos, corrió un poco y se presentó delante de mí ipso facto. Mostraba una grata sonrisa, me abrazó impetuosamente y dejando caer una mochila al suelo que llevaba en su hombro, me dijo: ~¿Qué tal Jesús?, intrigado, ¿verdad?- dijo sonriendo mientras sacaba de su mochila unos folios encuadernados con anillas-. Te he llamado para esto- entregándome el trabajo que él había realizado. Él se sentó en mi lado izquierdo, mirando hacia su izquierda para no ver nada. Cogí el folio y escribí una pequeña frase simbólica de lo que pensaba de todo aquello, dejándola boca arriba a mi derecha. Luego saqué la baraja de la cajilla, la barajé un poquito y extraje de ella una carta boca abajo sin verla. La coloqué junto al folio boca arriba, pero en ningún momento la miré. Luego, incrédulo de mí y más bien agnóstico de todo aquello, le dije: ~¡Adelante chaval, demuéstranos de lo que eres capaz!- pronuncié sarcásticamente, anunciándolo como un presentador de circo. Carlos me sonrió, miró al frente y comenzó a relajarse. Extendió sus manos y las sacudió, como para descargar energía. Luego las dejó lacias hacia abajo. Estaba sentado en una posición muy relajada. Al no tener respaldar, su espalda se contrajo, algo arqueada y comenzó a agachar la cabeza. Así permaneció varios minutos, con los ojos cerrados, la cabeza hacia abajo, los brazos flácidos y ambas piernas dobladas pero apoyadas en el suelo. Completamente relajado y sin moverse. Pasaron un par de minutos y no sucedió nada fuera de lo normal. Vi cómo la parejita que estaba sentada en un banco cercano, se levantaba y se iba. Un runner pasó por nuestro lado, e incluso recuerdo que una persona mayor paseaba con su perro. Lo recuerdo como si fuera ayer. Por un instante, pensé en levantarme y abandonarle. Hubiese sido muy gracioso que cuando despertara se viera allí, completamente solo, o mejor aún, darle un susto que no olvidase jamás. Pero aunque pensé hacerlo, cierto es que todo aquello me daba algo de grima y respeto. Aburrido de tanto esperar, simplemente le dije a Carlos un par de palabras para ver si reaccionaba o hacía algo, ya que con tanta relajación, parecía que se había quedado dormido. ~Carlos, abre los ojos y no perdamos más tiempo- le dije en voz muy baja, pero no reaccionó. Tuve paciencia un par de minutos más, pero algo preocupado le volví a insistir-. Carlos, venga chaval, despierta ya. Acto seguido, Carlos abrió los ojos y empezó a levantar ligeramente la cabeza. Yo le observaba sin hacer nada, pero le vi que miraba fijamente hacia adelante sin pestañear y sin hacer ninguna gesticulación. Lo recuerdo perfectamente. Siguió levantando lentamente la cabeza, irguiendo su cuerpo. No se detuvo cuando su cuerpo estaba completamente erguido. Su cabeza siguió girando hacia atrás, hasta que su cuerpo perdió el equilibrio y al no haber respaldo, se precipitó hacia atrás. Me di la vuelta rápidamente y vi como mi amigo estaba en el suelo con los ojos abiertos mirando al cielo. Se había dado un buen golpe, tremendo. ~¡Carlos, despierta! ¡No me asustes!- le grité-. Venga, ya ha terminado el juego, por favor despierta- pero no reaccionaba. Estaba algo asustado y no sabía qué hacer. Aún más nervioso me puse cuando al tocarle la cabeza, tenía algo de sangre. Miré alrededor y salvo la mujer mayor con el perro, no había nadie más. Así que me dirigí rápidamente hacia ella para que me ayudara. Pero, la mujer, sin saber qué hacer, sólo me aconsejó que llamara al teléfono de urgencias. Así que marqué con mi móvil el número que ella me dijo. Les dije que tenía a un amigo inconsciente y sangrando en el parque y les expliqué el lugar exacto para que mandaran una ambulancia lo más rápido posible. Mientras esperaba la ambulancia, comprobé que Carlos al menos tenía pulso y respiraba. Del golpe tenía un buen bollo pero la sangre no fue a más. Me tranquilicé un poco pensando que simplemente estaría en estado de shock. Le sacudí un par de veces y le llamé otras tantas, pero no reaccionó. La ambulancia no tardó en venir. Entró en el parque y de ella bajaron tres personas. Lo primero que hicieron fue comprobar las constantes vitales del accidentado. Al observar que estaba estable, me preguntaron qué le había pasado. Sólo pude decirles, que simplemente se había desmayado y caído hacia atrás. Le pusieron un collarín y entre los tres lo cogieron, lo montaron en la camilla y lo metieron en la ambulancia. Mientras tanto, yo recogí todos los artilugios y los introduje en la mochila. Luego me monté con ellos en la ambulancia y fuimos al hospital. Durante todo el trayecto me hicieron varias preguntas, que si habíamos tomado algunas sustancias, si habíamos bebido o que si nos habíamos peleado. A todas le dije que no. Mientras me preguntaban, le siguieron haciendo más pruebas, observándole las pupilas, oídos… Todo aquello lo recuerdo perfectamente. ExploraciónYa en el hospital, me quedé solo en la sala de espera un buen rato. Los padres de Carlos no tardaron en llegar y se sentaron a mi lado. Estaban muy nerviosos y me frieron nuevamente a preguntas, pero no les conté nada sobre lo del viaje astral. Luego vino un médico y nos dijo que estaba bien, que sus constantes vitales eran correctas, eso nos tranquilizó a todos, nos dijo que simplemente estaba algo conmocionado por el golpe. No obstante el médico me dijo que entrara con él a su consulta, que quería hablar personalmente conmigo. Volvió a preguntar más de lo mismo que los que nos atendieron en la ambulancia. De vuelta en la sala de espera, con los familiares de Carlos, nos quedamos varias horas esperando algún resultado. Ellos estaban algo más relajados y comentamos cosas ajenas al accidente. Un poco aburrido por la espera, saqué del macuto el trabajo que había hecho mi amigo y el libro de la biblioteca. La verdad, estaba muy bien. Empecé a ojearlo pero no me dio tiempo de leérmelo mucho ya que el médico nos volvió a llamar. No nos dijo nada nuevo, simplemente que le habían puesto un gotero, que estaba algo sedado y por consiguiente dormido. Que seguiría en observación el resto del día y toda la noche. Como ya era muy tarde, me despedí de los padres de Carlos y me fui a mi casa. Una vez en mi casa, me terminé de leer el trabajo de Carlos. Después de cenar, comencé con el otro libro que era muy interesante. Hasta llegué a creerme que esa separación de cuerpo y mente era posible. Me llevé casi toda la noche leyéndolo. Pero lo que no había escrito Carlos en su tesis, era el posible riesgo que entrañaba la realización de estas operaciones. Leí detenidamente ese capítulo que se llamaba “Las incidencias de los viajes”. A la mañana siguiente, me levanté bastante tarde. Era sábado por lo que no había instituto. Llamé a la madre de Carlos para ver cómo se encontraba y me dijeron, muy asustados, que Carlos seguía exactamente igual. Así que me vestí y fui al hospital lo más rápido que pude. Una vez allí, nuevamente en la sala de espera, todo seguía igual que el día anterior. Las paredes alicatadas de blanco, los bancos verdes unidos de cinco en cinco, el tic-tac de la pared, la pantalla que marcaba los números de los pacientes y un ir y venir de pacientes y enfermeros. Lo recuerdo perfectamente. Mientras esperaba con la madre de Carlos, seguí leyéndome el libro. Pero después de esperar casi cuatro horas más, nada nuevo nos contó el médico que lo estaba atendiendo, salvo lo mismo que la vez anterior, en observación. Carlos entró en estado de coma y permaneció allí varios días sin que nos dieran un pronóstico definitivo. Yo, todos los días, hablaba con su madre para ver si le habían dicho algo nuevo, pero simplemente ella me respondía, sin novedad. Algunas tardes, me acercaba para visitarlo, pero siempre estaba igual. La habitación donde estaba era muy pequeña, pintada a dos colores, verde en la parte inferior, una cenefa de papel y luego color crema. En la habitación sólo había una cama, una mesita de noche y una taquilla. Tenía dos butacas reclinables donde la madre de Carlos se quedaba a dormir por la noche. Él estaba tumbado en esa cama, con un gotero, una sonda y muchos mecanismos cardiovasculares para ver sus reacciones. Así estuvo varias semanas hasta que por fin despertó al cabo de un mes aproximadamente. El día que despertó, nos llevamos todos una desagradable sorpresa, porque, aunque nos veía y nos oía, no reaccionaba ante nada. Estaba como ido, parecía que no nos conocía. Tal vez había perdido el conocimiento y estaba asustado, nos dijeron. Aun así, yo seguí visitándolo aunque no me reconociera. Muchas de las veces no estaba en su habitación porque los médicos le estaban haciendo más pruebas. Y tras unos tres meses y medio, ya tuvieron un diagnóstico definitivo. Citaron a los padres de Carlos, incluso a mí me llamaron aquel día, en un despacho bastante amplio para decirnos la resolución final. ~Buenas tardes, soy el Doctor Sánchez, el que ha llevado el caso del paciente Carlos desde el principio- nos dijo el médico-. Tenemos un caso algo peculiar. Después de muchísimas pruebas y numerosos chequeos, llegamos al siguiente diagnóstico- todos los familiares permanecían muy nerviosos pero todos aguardaban en silencio mientras el médico proseguía-. Carlos está aparentemente bien. Todas sus constantes vitales están en perfecto estado. Puede ver, oír, comer, andar, incluso hablar, contesta a lo que se le pregunta, aunque con respuestas sencillas y obvias- quedó callado un rato y continuó-. …aunque en un supuesto de estado de hibernación parcial. Me explico, hace lo que le digamos, levanta la mano, anda, coge el vaso… pero es incapaz de hacer algo mucho más complejo por sí mismo. Es como si fuese que no reaccionara a los sentimientos, emociones. Simplemente hace y obedece por acto reflejo pero sin voluntad propia, algo un poco extraño. El médico siguió explicando algunos detalles más del estado del paciente. Todos sus familiares se echaron a llorar. Yo entendí perfectamente el estado en que se encontraba Carlos, ya que lo describía perfectamente en el capítulo de incidencias del libro que me estaba leyendo. Era el peligro que entrañaban estos viajes. Si no volviese a su cuerpo, su alma vagaría sin rumbo, se perdería en la exploración, aunque su cuerpo permanecería vivo pero sin vida, nunca habría reingreso, era como si fuese un robot. Yo tenía que haberlo contado, pero me lo callé, nunca se lo conté a nadie hasta ahora. Jamás le dije a nadie que su estado fue debido a un juego estúpido. El motivo fue porque, según relataba el libro, nunca habría reingreso, no había solución. A Carlos le dieron el alta y permaneció en casa de sus padres algo más de un año. Durante ese tiempo, no hubo ninguna mejoría. Aconsejados por otros doctores, decidieron ingresarlo en un Centro Especializado. Allí fui a visitarle varias veces y me sentaba con él. Le hablaba, él me miraba, incluso parecía que me escuchaba. Pero cuando le preguntaba algo, simplemente asentía con la cabeza o respondía sencilleces. Creo que escuchaba, pero no entendía. Al principio iba a visitarle una vez por semana, pero con el tiempo me cansé ya que no respondía a nada de lo que le decía. Comencé a ir una vez al mes, pero aquel sitio no era muy acogedor y había gente de todo tipo, así que dejé de ir durante mucho tiempo ya que tenía que estudiar e ir a la universidad. Pasaba el tiempo y, de vez en cuando, iba a hacerle una breve visita. Pero un día tuve que despedirme definitivamente de él. Era mi último día en la ciudad, ya que me concedieron una beca y tenía que mudarme al extranjero. Así que aquel día, fui como siempre al mostrador del Centro, y a la enfermera le di mis datos y a quien quería visitar. Ella me acompañó a su habitación. Hablándole lentamente y con un poco de ayuda, Carlos me obedecía y se sentó en una silla de ruedas. Era increíble como escuchaba, entendía y acataba. Luego ella se fue y yo lo llevé al patio. El patio era muy bonito, muchos árboles, todo cubierto de césped, menos los caminos para pasear que estaban enlosados. Había muchas bifurcaciones y algunas llegaban a pequeñas fuentes decoradas. Era muy agradable pasear por allí. Aunque algunas veces te encontraras a personas que no estaban muy bien, pero siempre acompañadas de algún enfermero o familiar. Nos sentamos junto a un pequeño estanque, con algunos pececillos y le estuve todo el tiempo hablando de todo lo que habíamos compartido juntos. También de algunas cosas que se había perdido, como la fiesta final del instituto y otras tantas que había vivido en la universidad. Le echaba mucho de menos y sentía todo lo que había pasado. Le prometí que todo cuanto iba a ser en la vida, lo haría pensando en él. Le prometí que todas las cosas que íbamos a hacer juntos las haría pensando en él. Le prometí que a todos los lugares que íbamos a ir juntos iría y pensaría en él. Le prometí tantas cosas aquel día,… las recuerdo perfectamente. Luego de vuelta en su habitación, me despedí, le abracé y dejé caer un par de lágrimas. Él me miró, pero no reaccionó. Le dejé con la enfermera y me marché. Regresión~… y aquí estamos, después de 50 años de aquel fatídico día, aunque le he visitado muchas veces en estos años- dice Jesús al Doctor Adams que tiene justo enfrente. Ambos están en el despacho del doctor dentro del Centro, del mismo Centro Especializado donde Carlos fui ingresado hace ya muchos años. Adams y Jesús, acompañados de una enfermera, van a la habitación de Carlos. Jesús, al verlo, se sorprende pues aunque con pelo canoso, su aspecto no había cambiado mucho. Ambos tenían un cierto parecido, incluso en el color grisáceo del pelo. Esa mañana no estaba afeitado, por lo que presentaba un aspecto algo lamentable, ya que junto con la leve barba de dos días, su cara reflejaba la delgadez y las arrugas de una vejez prematura. La enfermera le habla a Carlos y, como las veces anteriores, él obedece y con un poco de ayuda se sienta en la silla de ruedas. Salen de la habitación y del edificio hacia al aparcamiento. Allí está el coche de Jesús. Nuevamente, la enfermera le habla y nuevamente con un poco de ayuda, Carlos se levanta y entra en el coche de su amigo. Luego pliegan la silla de ruedas y la meten en el maletero. ~Me parece increíble. Sigue estando igual- comenta Jesús. Jesús se despide del doctor y la enfermera. Mientras conduce, no para de hablar. Le hace un resumen de su vida, desde la universidad hasta aquel día. Le habla de su familia, de sus hazañas, de sus viajes, de todo. Conduce algo más de una hora, hacia aquel parque donde un día quedó con su amigo entusiasmado por lo que iba a hacer. Al llegar, Jesús despliega la silla de ruedas y abre la puerta del copiloto. Le dice a Carlos que se baje y éste simplemente le obedece. Jesús se sorprende al ver cómo reacciona su amigo, sin demora pero con parsimonia. Igual que siempre, escucha, entiende y obedece. Andan un rato por el parque empujando la silla de ruedas, hasta llegar al quinto banco de la derecha, entrando por la entrada del norte. El parque está igual que antaño, aunque en parte restaurado, como las farolas, el adoquinado, la valla exterior y los bancos. Los bancos no son los mismos, pero sí similares, y con más garabatos. Hay más gente paseando, mucha gente haciendo deporte, muchos niños jugando al balón, más bancos ocupados pero por fortuna el suyo libre. Jesús se detiene e invita a Carlos a que se siente en aquel quinto banco. Le cuesta trabajo, pero hace lo que le dice su amigo con la ayuda de éste. ~Ya ves, otra vez aquí después de cincuenta años- dice Jesús-. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste? “demostrarme a mí mismo si se puede”. Pues ya ves, nunca sabremos si lo hiciste o no. El caso es, que has perdido toda la vida y me siento culpable por eso. Jesús calla y se queda un rato sin decir nada. Observa a la gente pasar, sin hablar, sin mirar a su amigo, algo indignado por toda aquella situación. Introduce la mano en el bolsillo trasero y saca su cartera. En uno de los dosieres, detrás de las tarjetas, extrae una carta de baraja y un papel doblado. Vuelve a cerrar la cartera y se la mete en el bolsillo. Es curioso, después de tanto tiempo, aún seguía guardando esos objetos. Lee la frase una y otra vez, diciéndose a sí mismo lo que hay de verdad en esa frase y lo que tantas veces le ayudó para seguir adelante en la vida. Pero algo curioso pasa en aquel preciso instante. Jesús, algo cansado de hablar solo y de estar allí, en el preciso instante en que se va a levantar para volver al centro, ve que Carlos se levanta sin que nadie se lo diga. Jesús le observa extrañado. Carlos alza los brazos y dándose la vuelta, dice gritando: ~¡Siete de Espadas!, jajajaja. ¡Con que no se podía,……!- exclama Carlos entusiasmado. Jesús completamente sorprendido, le mira, observa la carta y le vuelve a mirar. No sabe qué decir. Lee en voz baja lo que había escrito en el papel y escucha a su amigo repetirlo al unísono en voz alta. ~¡No Pierdas el Tiempo en Tonterías!, jajajajajaja. Pues ya vez que sí, si no te rindes y te lo propones, se puede hacer- vuelve a decir entusiasmado Carlos. Jesús no sabe qué decir. Carlos le mira fijamente a los ojos y su entusiasmo va menguando, reflejando extrañez e inquietud. ~¿Quién eres?- pregunta extrañado. Pero los ojos no engañan y Carlos sabe que es su amigo-. ¿Qué ha pasado, Carlos? ¿Qué te ha pasadooooooo?- Carlos se echa las manos al rostro y se lo acaricia, apreciando las señales del tiempo, la barba y las arrugas de su vejez. Se sienta al lado de su amigo y sin entender lo que ha pasado, le pregunta-. ¿Por Dios Jesús, dime qué ha pasado? Ambos amigos están sentados en el parque donde hace medio siglo uno de ellos intentó hacer un viaje astral, con éxito pero con un desenlace que ninguno de los dos previó. Tristes y afligidos por el acontecimiento, Carlos le cuenta a su amigo su experiencia. ~No lo sé, Jesús- explica Carlos-. Todo salió según lo previsto. Me concentré, me separé y exploré, aunque parece que he regresado más tarde de lo previsto. Cuando salí de mi cuerpo, por un momento no sabía controlarme pero conseguí dominar mi alma. Me di la vuelta y te vi sentado justo a mi lado. Me entraron escalofríos al ver mi cuerpo sentado en el banco. Muy diferente a la sensación de cuando lo hice en mi dormitorio, sería por estar en el exterior. En ese momento supe que todo era verdad, que no era imaginación. Esa es la diferencia de hacerlo en un sitio u otro. Era genial Jesús, genial. Podía volar, ver, moverme por doquier, sentirme flotar en el aire, era increíble. Sentía mucho frío pero a la vez una gran paz y calma en el interior, aunque algo de miedo al mismo tiempo, por ser una experiencia nueva. Lo recuerdo porque para mí es como si fuese hace un par de minutos. Todo ha sucedido prácticamente en un suspiro. Ambos amigos se quedan mirándose y Jesús, en gesto de arrepentimiento, le sonríe y le abraza fuertemente. Carlos rompe a llorar, a llorar todo lo que en su vida no ha llorado, porque las lágrimas limpian el alma y su alma está destrozada. Tiene muchas lágrimas que derramar. Cada gota por todo aquello que se ha perdido, cada gota por todo aquello que no ha visto, cada gota por todas aquellas personas que no ha conocido. Y cuando una gota se une a otra, forma un río enorme, desbordado por todo aquello que no ha vivido. PermutaciónAmbos están en el banco abrazados, apoyando sus frentes en el hombro de su compañero. Carlos está triste por haber perdido toda su vida y Jesús, aunque algo arrepentido, se siente feliz. Feliz por la vida que ha vivido y por volver a ver a su amigo. Pero poco a poco Carlos, va dejando de llorar y su tristeza va desapareciendo. Al contrario que Jesús, que va perdiendo su alegría poco a poco al sentir la tristeza de su amigo. Así, los sentimientos de cada uno van permutándose. De tal forma que Carlos, más animado, se levanta, se seca las lágrimas y con una expresión de júbilo dice: ~Amigo, no estemos tristes. Estamos aquí, vivos y eso es lo que importa. Me he perdido mucho, pero por una extraña razón, me siento muy feliz. Regresemos al Centro. Hoy para mí- hace una pausa-. Comienza una nueva vida. Jesús no dice nada, está completamente sorprendido por la inesperada reacción de su amigo, simplemente asiente con la cabeza. Carlos le mira y le dice. ~Anda, esta vez te llevo yo, jejejeje. Móntate en la silla- Jesús se levanta del banco y se sienta en la silla. Su amigo le empuja hasta llegar al coche. Una vez allí, Jesús se sienta en el asiento del copiloto y esta vez es Carlos el que conduce el coche. Antes de ello, pliega la silla y la mete en el maletero. Durante todo el trayecto, no deja de hablar. Mientras sigue conduciendo, sigue hablando de las cosas que va recordando. Recuerdos que ni él ha vivido ni a él se lo han contado, pero recuerda muchas cosas, muchas situaciones de la vida, de la vida de su amigo. Así continúan hasta llegar al centro. Cuando llegan al aparcamiento, Jesús sigue sin reaccionar, sorprendido aún por esa insólita situación. El caso es que simplemente obedece lo que su amigo le dice, sin decir nada. Éste, a su vez, despliega la silla y le dice a Jesús que se siente. Entran dentro del centro y se dirigen al mostrador. La enfermera no se percata de quién es cada uno y simplemente saluda y recoge al que está sentado en la silla de ruedas. Carlos le comenta que se lo lleve a la habitación, que a él le gustaría hablar con el doctor. Así que se despiden y se va al despacho de Adams. Allí estaba el doctor leyendo unos informes de otros pacientes. Carlos llama a la puerta y pide permiso para entrar. El doctor tampoco se percata de quien le visita, por lo que, con tranquilidad, le invita a sentarse y le pregunta. ~¿Qué tal estás? ¿Cómo te encuentras? Carlos se queda un rato pensando sin decir nada. Se levanta, da una vuelta por el despacho y se vuelve a sentar. Mira fijamente al doctor y comienza a relatar. “Todo empezó en aquella época cuando íbamos al instituto. En una de las asignaturas, el profesor, nos mandó realizar uno de esos trabajos para subir nota. Independientemente del resultado, uno de nuestros compañeros, hizo un trabajo sobre los Viajes Astrales. No recuerdo si el trabajo que presentó era bueno o malo, ni tampoco quien lo realizó. El caso es que a mi amigo Jesús le encantó. No es que le gustara el trabajo, obviamente, sino la idea, quería demostrar si aquello era cierto o no. Recuerdo que durante………”
PDT: Lo curioso de esta historia es que hay personas que en un suspiro ven pasar su vida. Sin darse cuenta, no la disfrutan, y sin necesidad de hacer un viaje astral erróneo, pierden toda su vida haciendo tonterías.
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